Un sueño

Luna llena, nubes bajas q son playas desiertas de su sol plateado. Playas q no podré disfrutar, pero no siento pena pq mi sol es dorado, mi playa, mi tiempo.
Camino de noche en las calles de mi barrio, la penumbra me acompaña pero llevo la ilusión de niño en el corazón. Mi espíritu está sereno y mi razón esta vez no me acompaña, el reloj de arena fluye sin que vea caer los granos de arena en mi vida. No hay tiempo, sólo espacio, y la vida sigue a mi alrededor.

De repente miro al horizonte, más allá del mar, dónde las luces de la isla hermana convierten a la isla en un árbol de navidad, donde el hombre le gana el espacio a la naturaleza. Ahí empezó todo.

Miré hacia arríba y vi una luna inmensa, sublime con su luz de plata invadiendo todo el cielo, dejando un cielo azabache salpicado de nubes que reflejan la luz como olas gigantes, olas de dioses, inmóviles. Cuánto más tiempo la miraba más vida cobraban esas olas, más cercanas se volvían y más fuerte era su presencia. De repente, como si extendiera la mano, me encontraba escalando la ladera de la nube, inmerso en una luz que lo llenaba todo y que hacía que el mundo que conocía se volviera pequeño, lejano, los ruidos de la gente desaparecían y el tiempo se paró.

En un paisaje que ningún ser mortal volverá a ver encontré valles llenos de formas, montañas imposibles y la luz cristalina lo envolvía todo. El suelo no cedía a mis pies aunque era suave. Subía riscos sin dificultad y desde la cima, todo parecía una tierra encantada, dónde las formas se veían con luces y sombras, incluso las paredes se veían como muros de algodón a través de los cuales se podía el resto de la isla, una isla en la que el tiempo se había detenido. Un paisaje que podía ser frío, pero que trasmitía paz, no había más universo que esta isla iluminada, cambiante y a la vez en calma. Allí me senté y miré.

No sé cuanto tiempo pasó. Ese lugar, encantador y encantado, me hizo olvidar de dónde venía, y cuándo había llegado. De repente se me tornó extraño. Veía un color rojo a mi alrededor, salía de mí. La luz anacarada me había quitado mis propios colores y permitía que mi corazón emanará una luz roja desde mi interior. En ese momento recordé de dónde venía, las olas ingrávidas recuperarón el tiempo y se volvieron del color del mar. Rompieron contra el suelo, que se convirtió en playa y se volvió arena con una explosión de luz y olor a sal. Una tras otra las olas iban cayendo y todo se mojaba y salpicaba de espuma y arena. El algodón se hacía mar, el blanco y gris se volvía azul, blanco y amarillo. Sentí miedo, pensé que caería sin remedio al llegar a mí, pero no recordaba a dónde. Una ola me abordó, me sepultó revolcándome y cuando todo era negro de repente sentí el calor del sol en mi cuerpo, abrazándome, refrescandome de las olas que besaban una y otra vez mis pies y me devolvían a la vida. Y respiré.

Sentí el calor, el olor, los colores de un mundo maravilloso, el sónido de otros jugando en la playa, el viento en la cara. Respiré. Y recordé que este mundo es el mío, en el que puedo sentir y sentir pasar el tiempo en mi piel.

Desperté.

0 comentarios

  1. Moa

    Unas bellas palabras para un lugar mágico en el que vivimos y que normalmente no solemos valorar hasta que no sales fuera y deseas con todo el alma el regreso.
    Te seguiré de cerca. Saluditos….

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