Amigas sin saberlo (primera parte)

Tengo que ponerlo aunque no esté acabado. Se trata de una historia que ya tiene final, pero no he podido escribirlo. Como en anteriores ocasiones, casi está tal cual lo escribí en su momento.

María no dejaba esa mañana de fumar, ya había acabado la primera cajetilla y ahora estaba a mitad de la actual. Quizás era el soniquete de la podadora, o su musculado jardinero con la piel de un color bronce natural, sin sol.
No podía dejar de fumar porque si lo hacía sabía que empezaría a pensar otra vez y no podía dejar que sucediera al menos esa mañana no. El servicio del desayuno aún estaba en la mesa del jardín, y el agua de la piscina relucía en la jarra de un agua que ya no bebería nadie.
Quizás ese día daría el paso, pero el dinero la había hecho cobarde, un fantasma de si misma, de la joven que aún recordaba y que se mentía a sí misma cuando pensaba q aún podía ser valiente, lanzada, atrevida, q se comería al mundo como antes de casarse con él.
Él no estaba. Ni estaría y con suerte llegaría esa noche, pero casi le daba igual. Ya no lo veía como un hombre aunque conservase una figura envidiable para su edad, fuerte, moreno, con canas q lo hacían más interesante de lo q su puesto le hacía ser.
Sí. Estaba en la clase alta y las fiestas eran habituales, pero tan sólo eran pasarelas de máscaras, unas máscaras q odiaba, igual que sus amigas, pero ninguna se atrevía a reconocerlo, porque la falta de arrugas en sus caras les recordaba q eran ellas y no otras las q reían y charlaba en una comedia sin fin.
Meena se volvió a caer.
Esa mañana se sentía torpe y tonta. Era la tercera vez que se le caía el cesto de ropa y esta vez se manchó, tendría que volver a lavarla. Las frases de su madre resonaban como si salieran de la calle aunque estuviera al otro lado del cuarto. No quería oirla más, y aunque fuera de rodillas, necesitaba sentirse sola y parar un momento.
¿Por qué tenía que ser así? Desde niña la habían preparado, incluso desde la distancia lo había visto, pero ahora que faltaban pocas semanas empezaba a cuestionarse lo q siempre había sido así y así debía de ser, se casaba con un joven que había visto menos veces que dedos tenía en las manos. Ranjit, Ranjit, Ranjit, parecía que sabía de él como quién lee el periódico, últimamente era una sombra en su vida que no la dejaba en ningún momento ni siquiera ahora que recuperaba el aliento en el suelo.
Meena empezaba a pensar que estaba perdiendo peso porque también le llevaba encima, no porque estuviera nerviosa por la boda. Su padre, su madre, su hermano, la mujer de su hermano, todos parecían querer más esa boda q ella misma. El amor llega con el tiempo y el roce, pero ¿por qué tenía que ser así? ¿Por qué no podían esperar al amor antes de entregar su cuerpo perfumado a un hombre que n sabía ni como olía?
María seguía fumando. Ahora pensaba en lo q tenía q hacer: pasarse por Prada, un café con su «amiga». Sí, ella, probablemente tendría que aguantar una retahíla que le era demasiado familiar.
«No me quiere, y lo que es peor, creo q está con otras, son demasiadas noches si pasar por casa, pero no lo entiendo, mira como me conservo, hasta tengo las tetas más levantadas desde que me las operé. Y seguro q tengo mejor estilo».
María pensaba en la última conversación mientras la llevaban de tiendas, y como tuvo que consolarla para que no llorara en el ascensor. ¿Cuántas veces había escuchado lo mismo de ellas? Los años pasaban y cada vez eran más patéticas, más penosas, algunas veces incluso planteaban divorciarse, pero sabía que no iban a hacerlo, habían conseguido lo q muchas soñaban y no renunciarían a ello, el dinero también conseguiría q fueran eternamente jóvenes, eternamente felices, eternamente elegantes.
¡Ja! Los años de rebeldía juvenil no habían impedido nunca q pudiera escuchar, pero sabía la triste realidad, era la única que lo hacía, por eso sabía los trapos sucios de todas, por eso sabía que a ella también le pasaba, sabía q estaba en la mierda tanto como ellas, pero no lo decía, sólo escuchaba.
Ding. El ascensor llegó al ático y era hora de sonreír, ya la estarían esperando esta vez no tocaban lágrimas, serían 3 amigas en lugar de 2. Así q era hora de pasear las bolsas y hace una buena entrada.
Ding. Ding. Era la madre de Ranjit. Tenía la desagradable costumbre de tocar dos veces el timbre.
¿A qué vendría esa bruja? Decían los ojos de Meena. La madre la miraba pq la entendía, pero no quería q tuviera ahora mala cara, así que le pidió q hiciera algo, sabía q en pocos segundos volvería a ser la hija radiante q había criado. Todo era alegría entre sus dos madres. Todo eran sonrisas. ¿Y yo? ¿Y yo qué? Pensaba mientras miraba en la televisión la segunda parte de una película de éxito de Bollywood. En ese momento rompería la televisión, pero tenía miedo de su padre, y la pobre televisión no tenía culpa.
Servían el té. Todo eran risas, una conversación animada sin fin, los temas fluían y todas comentaban el traje. María lo había conseguido, sabía que sus amigas tendrían q ir de compras y no les quedaba mucho tiempo para ir de tiendas, tendrían q hacerlo en un día. «Maté dos pájaros de un tiro», no he tenido q aguantar los lamentos de una mujer que no tiene valor de separarse de quién no le quiere, y mañana no me molestarán, estarán demasiado ocupadas.

1 comentario

  1. O__G__

    Esperamos mas historias sin fin, a que esperas? 🙂

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