La inquietud ante un accidente

No me había pasado nunca pero es la primera vez que se produce un accidente en el que una persona conocida y querida por mí puede estar involucrada. Desconocía si era ayer, si era ese vuelo, pero sabía que este amigo íntimo esta semana iba a hacer un viaje Madrid – Gran Canaria. No me cogió el móvil en ese momento y pasaron unas horas sin tener respuesta del mensaje que le dejé en el contestador.
Tenía cosas que hacer y no pude pararme un momento a consultar las noticias en internet. Así que pasé unas horas un tanto inquieto. Cuando llegué a casa cogí el número de atención telefónica. Llamé preguntando si era uno de los pasajeros, ese minuto de espera fue eterno, porque dependiendo de la respuesta podía pensar que era un tonto por mi inquietud, o que era realmente un estúpido por no haberme preocupado más. Al final no estaba en la lista, y me tranquilicé.
La lista de pasajeros que ofrecía Spanair me resultó trágica. Ver los apellidos de padres, madres, e hijos era un horror que se veía reflejado desde la tercera línea. Así que tras comprobar otra vez que no estaba en la lista lo dejé. La televisión sacaba el primer plano de gente destrozada. Les entiendo y les comprendo, además devoramos esas escenas, es nuestra naturaleza, pero no comparto ese estilo. ¿Cómo actuaría un reportero, porque no todos son periodistas, si le tocase personalmente? ¿Se pondría delante de la cámara a llorar y comentar lo que siente? LO DUDO.
¡Cuántas vidas sesgadas por un fallo! Este tipo de accidentes nos conmociona por su impacto con el número de muertos en un momento y la sensación de «paquete» que uno tiene al recordar que puede hacer en un avión. Hay más muertos en las carreteras, muchos más, pero son un goteo constante y que tiene la «excusa» de que la responsabilidad fue de alguno de los implicados. Madrid se está acostumbrando a llorar, porque parece preparada ante una circunstancia como ésta. Me pregunto si nosotros podremos acostumbrarnos algún día.

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